El viejo Philip siempre caminaba despacio. Los días de lluvia andaba lentamente con la pipa apagada en su boca, su aspecto reflejaba una cierta elegancia venida a menos, como si el peso de los años hubiese podido con su imperturbable tenacidad.
Se decía que era un hombre sabio y también triste. Siempre se hablaba bien de él: era educado y ayudaba a los demás dando consejos que se sostenían en su larga vida llena de experiencias. Pero cualquiera que haya conocido al viejo Philip te dirá que algo le pasaba. Yo también la vi, esa mirada triste, esa melancolía en el fondo de sus profundos ojos negros, como si supiese una terrible verdad y viviese con esa carga. También había ternura y compasión en esos ojos negros, en infinitas cantidades. Quizás por eso era respetado por tanta gente.